Ya
lo decía Don José Ortega y Gasset,” Yo soy yo y mi circunstancia” y quiso el
destino que yo naciera en una casa muy particular, lo cual motivo que mi
refugio fueran los libros y el cine.
Absorbía
como una esponja toda información que caía en mis manos y vibraba con los
sentimientos que me trasmitían mis largas horas de lectura nocturna, a menudo a la luz de una linterna.
Podía
pasarme las solitarias tardes del fin de semana encerrada en un cine viendo una
película tras otra, hasta que llegaba a casa agotada de tanto vivir otras
vidas.
Mi
imaginación y creatividad eran mi fortaleza y conseguí sobrevivir la etapa de
la adolescencia con relativa tranquilidad.
Empecé
a escribir a los ocho años, tenía necesidad de plasmar tantos pensamientos y tantas vivencias
prestadas.
Cuentos
para niños, narraciones cortas, historias de amor y desamor, aventuras por
países imaginarios, monólogos cómicos y reflexiones personales.
Quiso
también mi destino que llegara a mi vida un muchacho con un padre muy
autoritario y tan inadaptado, que entendimos que nuestras solitarias almas
estaban hechas la una para la otra.
Fue
un amor de juventud llena de celos y prohibiciones pero era todo nuestro mundo
de dos, compartiendo nuestros cambios físicos, cambios emocionales y afectivos
en un intento de alcanzar la meta de elaborar nuestra identidad y el
planteamiento y desarrollo de un proyecto de vida satisfactorio.
Un día cualquiera con afán de compartir aún más,
le mostré mis escritos secretos, que uno tras otro quedaron reducidos a
cenizas por ser considerados absurdos y ridículos.
Lo dejé, a él y de escribir.
Han
pasado treinta y cinco años y aún noto la cicatriz, pero aprendí a
autocontrolarme, aprendí a disfrutar siempre con lo que hago, aprendí el
concepto de la autoestima, aprendí a
mantener un perfecto equilibrio entre mi vida pública, mi vida privada y mi
vida íntima, aprendí que la fuerza no proviene de la capacidad física sino de
una voluntad indomable, aprendí a aprender con sentido del humor y mucha
curiosidad y sé que los sueños no existirían si no fuera posible convertirlos
en realidad.
Ya lo decía
Don José Ortega y Gasset,” Yo soy yo y mi circunstancia”
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