En esa época, un
ciudadano libre podía hacer prácticamente de todo en lo referente al sexo, resume Alfonso Cuatrecasas, doctor en filología
clásica y autor de Amor y sexualidad en la antigua Roma, (Ed Letras Difusión), un
ciudadano romano podía tranquilamente acostarse con su mujer en la cama, con un
hombre en las termas, con la prostituta en un burdel y con un esclavo en el
patio de su casa.
Para él existían dos
tipos de mujeres: las que servían para casarse, a fin de tener algún hijo, y
las que servían para gozar. Al primer grupo pertenecían las ciudadanas romanas.
Al segundo grupo, esclavas, extranjeras, y prostitutas.
Los emperadores eran
los primeros en dar ejemplo.
Tiberio, amante del
sexo, mandó decorar todas las alcobas destinadas a este fin con múltiples
pinturas ilustrando las distintas posturas sexuales.
Calígula llevó la
teoría a la práctica: se acostaba con su hermana… y hay más: un día lo
invitaron a una boda, se presentó y lo primero que hizo fue violar al novio y
la novia.
Julio César, además de
practicar la homosexualidad, se acostó con prácticamente todas las mujeres de
sus amigos senadores y generales.
Nerón, gran amante de
los bacanales, hizo castrar a un chico, lo vistió de mujer y se casó con él.
El sexo desinhibido no
sólo era un privilegio masculino. La mujer que quería tener sexo tenía que
hacer un poco como Dr. Jekylll y Mister Hyde. Algunas podían prostituirse
ocasionalmente o frecuentaban burdeles para conocer el placer. Salían a la
calle, se arreglaban de forma atractiva, se ponían pelucas, se maquillaban.
Cambiaban de identidad: había que disimular, destaca Antonio Poveda profesor
de Historia Antigua de la Universidad de Alicante.
Destacan:
Teodora
de Bizancio, sagaz y libidinosa fue mujer de vida alegre y bailarina hasta que
conoció al emperador Justiniano y se casó con ella y fue su más hábil consejera
en temas políticos.
Marozia
y su madre Teodora nobles de cuna fueron conocidas como un par de prostitutas
que gracias a sus intrigas y asesinatos consiguieron manejar papas a su antojo.
Fue
una de las mujeres más influyentes de su época, se convirtió en la amante del
papa Sergio III, dominando la política papal durante veinticinco años. En dicho
periodo influyo en la elección de seis papas y ordenó la muerte de algunos más.
Valeria
Mesalina, mujer inmoral y depravada se casó con 16 años con Claudio de 50 años,
cojo y sordo, tío del emperador de roma Calígula por deseos de este último.
Le
gustaba organizar fiestas para hombres y mujeres de alto rango que acababan en
orgias. Y, cuando quería estar con amantes de más baja condición social, se
prostituía en un burdel cercano con el nombre de Lycisca.
Se
cuenta que en una ocasión desafió a una prostituta experimentada a un concurso
sexual en el que ganaría la que pudiera acostarse con más hombres. Escila se
declaró vencida después de haber sido seducida por 25 hombres, pero Mesalina
continuó durante varias horas más.
La unión matrimonial,
sólo heterosexual, era un mero trámite burocrático. Procurar la satisfacción a
la mujer no era concebible. No se contemplaba la satisfacción mutua.
La vida de pareja en
aquel entonces no estaba basada en la fidelidad mutua. La mujer podía ir con
otra mujer, no era un problema, no era una infidelidad propiamente dicha, como
el hombre que iba con otro hombre. A partir del imperio, la bisexualidad estaba
aceptada y el adulterio era algo normal
Con la llegada del
imperio, los derechos de la mujer romana experimentan un notable avance, y no
sólo gracias a la posibilidad de un divorcio exprés.
La homosexualidad era
una característica sobre todo de la civilización griega.
En Atenas los hombres
sólo se divertían, en referente al sexo, entre hombres. El culto al cuerpo y a
la belleza del mismo a través del deporte servía a tal fin.
En cambio, la época
romana se caracterizaba por la ausencia de categorías y etiquetas. Nuestra
concepción de que un hombre es heterosexual, homosexual o bisexual no cabría en
la mente de un ciudadano de la antigua Roma. Para él, único objetivo era
alcanzar el placer sexual introduciendo el pene en una vagina, en un ano o en
la boca de cualquier objeto sexual deseable, escribe Clarke. Eso sí, la
homosexualidad se aceptaba sin problemas, pero siempre que el que adoptara una
postura pasiva perteneciera a una clase inferior.
Los prostíbulos
desempeñaban en la antigua Roma un papel esencial, como plataforma de desahogo
de los instintos.
Como escribió Catón el
Viejo, es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en
vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres.
Las prostitutas
pagaban impuestos, tenían que inscribirse en registros para llevar a cabo su
actividad (llegaron a contabilizarse más de 30.000) y hasta celebraban su
propio día de festividad el 23 de diciembre.
Pese a este aparente
desenfreno, Roma también cultivaba sus tabúes y uno de ellos era el sexo oral. La
boca era símbolo de responsabilidad y deber social, a través de ella se hacían
discursos y el arte de la oratoria estaba muy considerada en Roma, con lo que
la felación era vista como algo sucio.
Aunque a nuestros ojos
los hábitos sexuales romanos nos pueden parecer un caos o derivar hacia la
anarquía, pero la civilización de Roma duró 1.229 años. Esto demuestra que
estas costumbres laxas no eran incompatibles con la gobernabilidad, aunque la
caída del imperio hizo que el cristianismo consiguiera imponer su credo y poco
a poco se abandonó la promiscuidad.