Algunas, no pisamos la calle sin
un abanico en el bolso. No recuerdo ningún momento de mi vida sin él. Lo he
usado unas veces por coquetería, otras porque forman parte del atrezzo del
conjunto, y, desde hace unos añitos por
necesidad como consecuencia a ese decrecimiento progresivo de la producción de
estrógenos....
Recuerdo cuando Doña Carmen "La Saldaña", una amiga de la familia,
soltera y con la solera que desprendían las mujeres nacidas a finales del siglo
IXX, entre el olor a polvos talco porque protegía con ellos su piel, pelo
blanco cardado y vestida impecablemente
me contaba el papel que
desempeñaron en la historia del coqueteo, porque al amparo de un abanico se
hacían confidencias y toda dama que se preciara no podía aparecer en público
sin ellos y mucho menos llevar el mismo
dos veces a una fiesta.
El lenguaje del abanico es un lenguaje invisible,
gestual y cifrado para expresar sentimientos o pasar contraseñas al
pretendiente de turno.
Abanicarse
lentamente, o abrir y cerrar muy despacio el abanico: Estoy casada y me eres indiferente.
Abanicarse
rápidamente: Te amo intensamente.
Cerrarlo
despacio: Sí.
Cerrarlo de
forma rápida y airada: No.
Abrir y cerrar
el abanico rápidamente: Cuidado, estoy comprometida.
Dejar caer el
abanico: Te pertenezco.
Abanicarse
levantando los cabellos o mover el flequillo con el abanico: Pienso en ti, no te olvido.
Cubrirse con él
del sol: Eres feo, no me gustas.
Apoyarlo sobre
la mejilla derecha: Sí.
Apoyarlo sobre
la mejilla izquierda: No.
Prestar el
abanico al acompañante: Malos presagios.
Dárselo a su
madre: Te despido, se terminó.
Dar un golpe con
el abanico sobre un objeto: Impaciencia.
Sujetar el
abanico abierto con las dos manos: Es mejor que me olvides.
Cubrirse los
ojos con el abanico abierto: Te quiero
Cubrirse el
rostro con el abanico abierto: Cuidado, nos vigilan.
Pasarse el
abanico por los ojos: Lo siento, vete, por favor.
Cerrar el
abanico tocándose los ojos: ¿Cuándo te puedo ver?
Apoyar el
abanico a medio abrir sobre los labios:
Puede besarme.
Apoyar los
labios sobre el abanico: Desconfianza.
Llevarlo en la
mano izquierda: Deseo conocerte.
Moverlo con la
mano izquierda: Nos observan.
Llevarlo o
moverlo con la mano derecha: Amo a otro.
Ponerse en el
balcón con el abanico abierto, salir al balcón abanicándose o entrar en el
salón abanicándose: Saldré pronto.
Dejarse el
abanico cerrado en el balcón, salir al balcón con el abanico cerrado, o entrar
en el salón con el abanico cerrado:
No saldré.
Arrojar el
abanico: Te odio, o adiós, se acabó.
Presentarlo
cerrado: ¿Me quieres?
Pasarlo sobre la
oreja izquierda: Déjame en paz no quiero
saber nada de ti.
Pasarlo sobre la
oreja derecha: No reveles nuestro secreto.
Contar
tocándolas o abrir cierto número de varillas:
La hora para quedar en una cita dependiendo del número de varillas abiertas o
tocadas.
Aunque la historia del abanico se remonta a muchos siglos atrás.
Los egipcios los utilizaban tanto para airearse como para espantar insectos. Aquellos abanicos eran
grandes, semicirculares, provistos de largas plumas y de mangos largos y fijos.
Este mismo tipo de abanicos fueron utilizados en la Grecia clásica por las sacerdotisas para preservar los sagrados alimentos.
En la antigua Roma también se adoptó esta
costumbre y los esclavos romanos aireaban y protegían con ellos del calor,
moscas y otros insectos a sus señores.
La Iglesia católica en la Edad Media, hizo
suya esta costumbre heredada de los romanos para aplicarla durante la liturgia
cristiana utilizando estos instrumentos para proteger la Eucaristía de insectos
y al oficiante del calor.
En China su uso es milenario y lo
utilizaban tanto hombres como mujeres. Se cuenta que llevar el abanico en un
estuche y colgado en la cintura era signo de autoridad. Lo utilizaban para
saludar y para una mujer oriental era impensable acudir a cualquier parte sin
su abanico.
En Europa medieval hay constancia de
abanicos hechos con plumas de pavo real, faisán, papagayo... sujetas estas a
mangos de plata, oro o marfil y que constituían un comercio muy lucrativo.
Centrándonos en el abanico plegable, parece
ser que "el invento" procede de Japón. Según cuenta la leyenda, en el
siglo VII, Tamba, un obrero japonés, inspirándose en las alas de los
murciélagos creó uno al que llamó "Kawahori". Fabricó varios de estos
ejemplares y como eran cómodos y de fácil manejo, su uso se fue extendiendo
progresiva y masivamente.
A partir del siglo XV, con los intercambios
comerciales, llegaron a occidente traídos por portugueses, españoles, ingleses
y holandeses (aunque según recientes estudios se cree que los primeros abanicos
plegables fueron introducidos en Europa por los Jesuítas).
En España la llegada del abanico cuenta con
diferentes vías de entrada.
Por una parte, hay constancia de su
procedencia por vía islámica, también las Crónicas mexicanas de Tezozomoe
hablan de que el emperador Moctezuma regaló a Hernán Cortés varios abanicos
cuando tuvo noticias de su desembarco.
Por otro lado, se habla de los abanicos en
el siglo XIV, en la Crónica de Pedro IV de Aragón, donde se cita como oficio
("el que lleva el abanico") de los nobles que acompañaban al rey.
Sin embargo, es en el siglo XVII cuando se
extiende su uso en nuestro país. Bajo la protección del conde de Floridablanca,
se instaló en España el artesano francés Eugenio Prost y él fue el máximo
productor de estos objetos. Máximo exponente de la moda de entonces, los
fabricaba de diferentes maneras en cuanto a color, formas, materiales y
tamaños.
En el siglo XVII los abanicos aparecen en
Inglaterra, pero el varillaje de aquellos iba sujeto a un mango rígido, eran de
gran tamaño, se adornaban con motivos diversos y estaban pintados por artistas
de gran renombre.
En Francia los introdujo la reina Catalina
de Médicis que poseía una amplísima colección de abanicos de todo tipo y los
incorporó a su vestuario cuando asistía a grandes recepciones, lo que supuso
una enorme difusión en las cortes de toda Europa.
En el Renacimiento, el abanico vivió una
época dorada. Isabel I de Inglaterra solía decir a sus damas que una reina sólo
podía aceptar un regalo: el abanico, pues cualquier otro objeto era
desmerecido.
La verdadera época de esplendor aconteció
durante los reinados de Luis XIV y Luis XV. Para cualquier gran señora de
aquellos tiempos, el abanico era el complemento indispensable a su vestuario.
En su fabricación se utilizaban materiales
de lujo, desde piedras preciosas, oro y metales preciosos, hasta telas
italianas. Se pintaban acuarelas realizadas por los pintores más importantes
del momento y sus varillas se fabricaban con oro, plata, nácar, carey,
marfil...
Por supuesto en Venecia ya se usaban los
abanicos careta para asistir a los bailes de máscaras y carnavales.
El siglo XVIII fue el siglo de la
consagración y el triunfo del abanico.
En Europa se fabricaban abanicos para todo
tipo de usos imaginables. Los había para los lutos, pintados en blanco, negro y
gris; de satén para las bodas. También se encontraban los impregnados en
perfume que al abanicarse desprendían su fragancia y servían para los largos
paseos del verano. Llegaron también a fabricarse con pequeñas ventanitas o
espejitos incrustados que permitían observar sin ser observados.
La reina Luisa de Suecia instituyó la Real
Orden del Abanico.
La reina Isabel de Farnesio dejó al morir
una colección de más de mil seiscientos abanicos.
La célebre cortesana Minón de Lenclós hacía
pintar sus abanicos de las más ingeniosas maneras. Incluso tenía uno con
pequeñas lentes con las que, a modo de lupa, conseguía acercar las imágenes.
La Marquesa de Pompadour dio su nombre a
una gama de abanicos de varillaje pintado.
La reina María Antonieta los regalaba a sus
más íntimas amigas.
La Emperatriz Sisi, al rondar la edad de 40
años, no soportaba que nadie la fotografiara y siempre llevaba un gran abanico
de cuero para cubrirse la cara si eso sucedía.
La reina Catalina de Médicis podía perfumar
sus abanicos para uso particular o incluso encargaba a sus perfumistas
preparaciones especiales para ocasiones en las que necesitara sus efectos,
pudiendo contener efluvios exquisitos o filtros y venenos misteriosos de los
que conocía el secreto y tenía la experiencia según se dice.
Los abanicos de pericón, de grandes
dimensiones y realizados con la técnica de encaje de bolillos, fueron creados
en el siglo XIX y se utilizaron sobre todo en el mundo de la danza, el flamenco
y el teatro.
En las tertulias de la Generación del 27, Lorca,
Alberti, Cernuda... todos usaban abanico, por lo que este objeto se convirtió
en un símbolo de intelectualidad.
Hoy en día sólo queda en España una
escuela-taller mundial de abanicos, está en Cádiz y exporta a todo el mundo.
Los grandes artesanos y artistas se sitúan en Aldaya, en la Comunidad
Valenciana.
No son muchos, pero existen unos pocos
museos donde ver abanicos que son verdaderas joyas y obras de arte; a través de
ellos podemos hacernos una idea de su evolución a lo largo de los años.
Algunas, no pisamos la calle sin un abanico en el
bolso.
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