sábado, 22 de marzo de 2014

No sin "mi abanico"

Algunas, no pisamos la calle sin un abanico en el bolso. No recuerdo ningún momento de mi vida sin él. Lo he usado unas veces por coquetería, otras porque forman parte del atrezzo del conjunto, y,  desde hace unos añitos por necesidad como consecuencia a ese decrecimiento progresivo de la producción de estrógenos....




Recuerdo cuando Doña Carmen "La Saldaña", una amiga de la familia, soltera y con la solera que desprendían las mujeres nacidas a finales del siglo IXX, entre el olor a polvos talco porque protegía con ellos su piel, pelo blanco cardado y vestida impecablemente  me contaba el papel que  desempeñaron en la historia del coqueteo, porque al amparo de un abanico se hacían confidencias y toda dama que se preciara no podía aparecer en público sin ellos y mucho menos llevar el mismo  dos veces a una fiesta.  










El lenguaje del abanico es un lenguaje invisible, gestual y cifrado para expresar sentimientos o pasar contraseñas al pretendiente de turno.



Abanicarse lentamente, o abrir y cerrar muy despacio el abanico: Estoy casada y me eres indiferente.

Abanicarse rápidamente: Te amo intensamente.

Cerrarlo despacio: Sí.

Cerrarlo de forma rápida y airada: No.

Abrir y cerrar el abanico rápidamente: Cuidado, estoy comprometida.

Dejar caer el abanico: Te pertenezco.
Abanicarse levantando los cabellos o mover el flequillo con el abanico: Pienso en ti, no te olvido.

Cubrirse con él del sol: Eres feo, no me gustas.

Apoyarlo sobre la mejilla derecha: Sí.

Apoyarlo sobre la mejilla izquierda: No.

Prestar el abanico al acompañante: Malos presagios.

Dárselo a su madre: Te despido, se terminó.

Dar un golpe con el abanico sobre un objeto: Impaciencia.

Sujetar el abanico abierto con las dos manos: Es mejor que me olvides.

Cubrirse los ojos con el abanico abierto: Te quiero

Cubrirse el rostro con el abanico abierto: Cuidado, nos vigilan.

Pasarse el abanico por los ojos: Lo siento, vete, por favor.

Cerrar el abanico tocándose los ojos: ¿Cuándo te puedo ver?

Apoyar el abanico a medio abrir sobre los labios: Puede besarme.

Apoyar los labios sobre el abanico: Desconfianza.

Llevarlo en la mano izquierda: Deseo conocerte.

Moverlo con la mano izquierda: Nos observan.

Llevarlo o moverlo con la mano derecha: Amo a otro.

Ponerse en el balcón con el abanico abierto, salir al balcón abanicándose o entrar en el salón abanicándose: Saldré pronto.

Dejarse el abanico cerrado en el balcón, salir al balcón con el abanico cerrado, o entrar en el salón con el abanico cerrado: No saldré.

Arrojar el abanico: Te odio, o adiós, se acabó.

Presentarlo cerrado: ¿Me quieres?

Pasarlo sobre la oreja izquierda: Déjame en paz no quiero saber nada de ti.

Pasarlo sobre la oreja derecha: No reveles nuestro secreto.

Contar tocándolas o abrir cierto número de varillas: La hora para quedar en una cita dependiendo del número de varillas abiertas o tocadas.

Aunque la historia del abanico se remonta a muchos siglos atrás.






Los egipcios los utilizaban tanto para airearse como para espantar insectos. Aquellos abanicos eran grandes, semicirculares, provistos de largas plumas y de mangos largos y fijos.





Este mismo tipo de abanicos fueron utilizados en la Grecia clásica por las sacerdotisas para preservar los sagrados alimentos.
En la antigua Roma también se adoptó esta costumbre y los esclavos romanos aireaban y protegían con ellos del calor, moscas y otros insectos a sus señores.
La Iglesia católica en la Edad Media, hizo suya esta costumbre heredada de los romanos para aplicarla durante la liturgia cristiana utilizando estos instrumentos para proteger la Eucaristía de insectos y al oficiante del calor.


En China su uso es milenario y lo utilizaban tanto hombres como mujeres. Se cuenta que llevar el abanico en un estuche y colgado en la cintura era signo de autoridad. Lo utilizaban para saludar y para una mujer oriental era impensable acudir a cualquier parte sin su abanico.

En Europa medieval hay constancia de abanicos hechos con plumas de pavo real, faisán, papagayo... sujetas estas a mangos de plata, oro o marfil y que constituían un comercio muy lucrativo.
Centrándonos en el abanico plegable, parece ser que "el invento" procede de Japón. Según cuenta la leyenda, en el siglo VII, Tamba, un obrero japonés, inspirándose en las alas de los murciélagos creó uno al que llamó "Kawahori". Fabricó varios de estos ejemplares y como eran cómodos y de fácil manejo, su uso se fue extendiendo progresiva y masivamente.


A partir del siglo XV, con los intercambios comerciales, llegaron a occidente traídos por portugueses, españoles, ingleses y holandeses (aunque según recientes estudios se cree que los primeros abanicos plegables fueron introducidos en Europa por los Jesuítas).

En España la llegada del abanico cuenta con diferentes vías de entrada.
Por una parte, hay constancia de su procedencia por vía islámica, también las Crónicas mexicanas de Tezozomoe hablan de que el emperador Moctezuma regaló a Hernán Cortés varios abanicos cuando tuvo noticias de su desembarco.
Por otro lado, se habla de los abanicos en el siglo XIV, en la Crónica de Pedro IV de Aragón, donde se cita como oficio ("el que lleva el abanico") de los nobles que acompañaban al rey.
Sin embargo, es en el siglo XVII cuando se extiende su uso en nuestro país. Bajo la protección del conde de Floridablanca, se instaló en España el artesano francés Eugenio Prost y él fue el máximo productor de estos objetos. Máximo exponente de la moda de entonces, los fabricaba de diferentes maneras en cuanto a color, formas, materiales y tamaños.

En el siglo XVII los abanicos aparecen en Inglaterra, pero el varillaje de aquellos iba sujeto a un mango rígido, eran de gran tamaño, se adornaban con motivos diversos y estaban pintados por artistas de gran renombre.

En Francia los introdujo la reina Catalina de Médicis que poseía una amplísima colección de abanicos de todo tipo y los incorporó a su vestuario cuando asistía a grandes recepciones, lo que supuso una enorme difusión en las cortes de toda Europa.

En el Renacimiento, el abanico vivió una época dorada. Isabel I de Inglaterra solía decir a sus damas que una reina sólo podía aceptar un regalo: el abanico, pues cualquier otro objeto era desmerecido.
La verdadera época de esplendor aconteció durante los reinados de Luis XIV y Luis XV. Para cualquier gran señora de aquellos tiempos, el abanico era el complemento indispensable a su vestuario.


En su fabricación se utilizaban materiales de lujo, desde piedras preciosas, oro y metales preciosos, hasta telas italianas. Se pintaban acuarelas realizadas por los pintores más importantes del momento y sus varillas se fabricaban con oro, plata, nácar, carey, marfil...
Por supuesto en Venecia ya se usaban los abanicos careta para asistir a los bailes de máscaras y carnavales. 
El siglo XVIII fue el siglo de la consagración y el triunfo del abanico.
En Europa se fabricaban abanicos para todo tipo de usos imaginables. Los había para los lutos, pintados en blanco, negro y gris; de satén para las bodas. También se encontraban los impregnados en perfume que al abanicarse desprendían su fragancia y servían para los largos paseos del verano. Llegaron también a fabricarse con pequeñas ventanitas o espejitos incrustados que permitían observar sin ser observados.
La reina Luisa de Suecia instituyó la Real Orden del Abanico.





La reina Isabel de Farnesio dejó al morir una colección de más de mil seiscientos abanicos.

La célebre cortesana Minón de Lenclós hacía pintar sus abanicos de las más ingeniosas maneras. Incluso tenía uno con pequeñas lentes con las que, a modo de lupa, conseguía acercar las imágenes.
La Marquesa de Pompadour dio su nombre a una gama de abanicos de varillaje pintado.
La reina María Antonieta los regalaba a sus más íntimas amigas.






La Emperatriz Sisi, al rondar la edad de 40 años, no soportaba que nadie la fotografiara y siempre llevaba un gran abanico de cuero para cubrirse la cara si eso sucedía.

La reina Catalina de Médicis podía perfumar sus abanicos para uso particular o incluso encargaba a sus perfumistas preparaciones especiales para ocasiones en las que necesitara sus efectos, pudiendo contener efluvios exquisitos o filtros y venenos misteriosos de los que conocía el secreto y tenía la experiencia según se dice.

Los abanicos de pericón, de grandes dimensiones y realizados con la técnica de encaje de bolillos, fueron creados en el siglo XIX y se utilizaron sobre todo en el mundo de la danza, el flamenco y el teatro.

En las tertulias de la Generación del 27, Lorca, Alberti, Cernuda... todos usaban abanico, por lo que este objeto se convirtió en un símbolo de intelectualidad.

Hoy en día sólo queda en España una escuela-taller mundial de abanicos, está en Cádiz y exporta a todo el mundo. Los grandes artesanos y artistas se sitúan en Aldaya, en la Comunidad Valenciana.
No son muchos, pero existen unos pocos museos donde ver abanicos que son verdaderas joyas y obras de arte; a través de ellos podemos hacernos una idea de su evolución a lo largo de los años.










Algunas, no pisamos la calle sin un abanico en el bolso.




Los uso por coquetería, porque forman parte del atrezzo del conjunto y, POR NECESIDAD como consecuencia a ese decrecimiento progresivo de la producción de estrógenos....

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